El 1 de octubre de 1993, en la antigua carretera de Andalucía, la que hoy es la M-305, en las cercanías de la población de Aranjuez, Rigoberto Condado, viajante, vendedor de sombreros de todo tipo, en especial de fieltro, divisó, mientras conducía su furgoneta ford transit de color blanco a 65 km por hora en dirección al Real Sitio, un perro de color azul en medio de un descampado. Desde entonces Rigoberto Condado, natural de Talamanca del Jarama, provincia de Madrid, nacido el 1 de octubre de 1945, sonríe cuando alguien afirma "eres más raro que un perro verde". Nunca antes había pensado que esa expresión dejaba abierta una pequeña rendija para que la realidad le sorprendiera presentándole un perro verde al doblar cualquier curva de cualquier carretera. La afirmación en sí contenía la extrañeza que puede provocar encontrar un canino de tal pigmentación, pero no negaba la posible existencia de perros de ese color. Y a Rigoberto Condado esto le hacía sonreír y recordar con profusión de detalles colaterales las circunstancias de su especial encuentro en el mismo día en que cumplía 49 años. No era verde. Era azul. Pero, si los hay azules...
un trébol azul
La noche del 10 de diciembre de 2008 llegó a la cama agotada. Había pasado el día pelando ajos y tenía las manos escocidas, con un picor que se encendía a cada roce, como por debajo de la piel. Pequeñas heridas, imperceptibles a la luz de aquella antigua cocina de leña, restallaban el merecido descanso con ese calor, que no llegaba a ser dolor, pero sí molestia. El olor no le importaba, después de un día entero ya ni lo notaba, pero si acercaba su nariz al dorso de su mano y aspiraba con fuerza volvía con intensidad y nitidez la imagen de su abuela materna, trabajando la comida en aquella antigua cocina de leña. Olor a ajos frescos. Al menos hoy no va a atacarme ningún vampiro, pensó con ironía mientras miraba por el ventanuco la noche azul oscura, muy oscura.
Todavía esperaba que él llamara. Salió al frío del patio una última vez para exponer su teléfono a la poca cobertura que se percibía en el pueblo. Acarició la hierba de las macetas, de un verde casi fosforescente. Las gotas del rocío vespertino le calmaban el escozor. Topó, sin quererlo, con una hierba más alta y, sin mirarla, la cortó para dejar la mata del verde a la misma altura, como el pelo recién cortado detrás de la nuca. Caricias a contrapelo, recordó estremeciéndose.
Entró en casa con la hierba en la mano. Cuando la miró vió que era un trébol de color azul. ¿Azul? Puede que sea una suerte que no vuelva a llamarme, pensó. Ni vampiros ni él, hoy me toca dormir sola, pensó con ironía. Una noche con suerte...
Javier Termenón
ilustrador, ilusionista, iluso, iluminador, ilusivo, pero ilustre no
1 comentario:
los colores lo dicen todo, salud.
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